Es un joven trujillano, estudiante de la carrera de Licenciatura en Educación mención Castellano y Literatura del Núcleo Rafael Rangel de La Universidad de Los Andes, quien desde muy pequeño tuvo inclinación por la pintura.

Esta motivación inicial fue promovida por su madre, quien la utilizaba para mantenerle entretenido. También recuerda con mucho cariño a su abuela, quien fue su motor y a pesar de no vivir con él, le regalaba libros sobre pintura y lo más importante, creyones de cera. La pintura lo atrapo de tal manera que prefería mantenerse en casa pintando, dejando de compartir con otros niños fuera de su casa. Él señala que “la pintura ya no lo dejaba”.

Sin embargo, luego de los ocho años de edad, se distrajo y sumado a algunas circunstancias que le toco vivir, dejo de pintar. Describiendo su niñez como “hermosamente dura”. De niños todo es un juego, pero en ocasiones la realidad abruma de golpe. No fue hasta los 21 años que retoma la pintura, cuando nuevamente se presentan algunas contrariedades en su vida. Señala que retoma la pintura porque no tenía con quien hablar y la soledad era muy grande.

Se describe a sí mismo como una persona callada, introvertida, solitaria, nostálgica, razón por la cual en ocasiones ha dejado escapar algunas oportunidades que se le han dado. A pesar de ello es una persona sensible, muy espiritual, que valora la esencia de las personas, eso que no se ve tan fácilmente y que muchos ni siquiera perciben.

Su Obra

Producto de la gran necesidad de comunicarse quiso pintar, pero no tenía nada con que hacerlo. Quería pintar y no tenía nada, pero eso no fue impedimento. Un día iba por la calle y vio una cocina tirada en la basura, la busco, la lavo y allí obtuvo su primer lienzo. Comenzó a recoger y recibir pinturas usadas, dañadas, botadas, otras regaladas. Hasta que tuvo material suficiente para