Desde muy temprana edad, Francisco demostró un talento inusual, cuando fue devuelto del programa juvenil de artes de Cartagena, por tener competencias más altas que las que habría de aprender ahí, y así durante años estuvo buscando el nicho académico que creyó necesario para aprender técnicas de dibujo y pintura. De manera muy única con el tiempo decidió emprender un camino en solitario, con alguna orientación de un pintor francés; en realidad un marino amante del arte, o un artista del mar, que se había quedado en Cartagena por el poder magnético de la ciudad.

Aprendió en solitario, desde los 16 años, trabajando 14 horas diarias la difícil técnica de pastel, y su comprensión le llevó a un nivel de maestría que pudo mostrar en esa técnica la vivacidad cromática del óleo, pero con la tersura del pigmento directo sobre el papel. Sus pasteles de esa época, muestran una calidad técnica sorprendente, digna de un artista consagrado, y así fue asumiendo retos en los que luego llegó a óleo sobre lienzo por solicitud de un maestro de filosofía de la Universidad, que lo animó a incursionar en un medio pictórico, quedándose con toda una colección de más de 12 obras de Francisco, momento en que a los 19 años pudo tener su primer estudio en privado.

Sus estudios de filosofía, y el componente racional del fenómeno estético, le dieron mucho más la convicción de ver el arte como una profesión seria y estructurada, en donde el respeto por la técnica, y por el espectador que contempla la obra finalizada, son fundamentales.

En la pintura de Landazábal todo se resuelve en fuerzas encontradas, en luchas tremendas, que en realidad no son violentas sino enfocadas a la armonía y entonces la lucha se vuelve juego, y se dirige al mejoramiento de todo lo creado. La conciencia del artista, se une a esa atemporalidad, y ya conociendo la materia del arte y sus medios de expresión, el que crea una obra puede olvidarse por un instante de lo aprendido para permitir a esa conciencia mayor expresar las fuerzas de la naturaleza sobre el lienzo.

Ese es el trabajo que hoy presenta este artista colombiano, una sinfonía de colores y formas que buscan la supremacía sobre el lienzo, en movimientos a veces suaves y rítmicos, a veces fortísimos como el vórtice de un tornado, o la fuerza portentosa de una galaxia colisionando con un agujero negro. Es una pintura abstracta, seria y mesurada, pero al tiempo espontánea, que deja que el color se desenvuelva en la obra con vida propia, sin sesgo, sin una intención pomposa, sólo con un respeto reverente por el resultado que habrá de ver el observador, tratando de representar cada escena de su metafísica pictórica con la mayor trascendencia posible, no importa que tan sencillo sea el tema. Los colores parecen nadar en formas casi escultóricas, y son separados por zonas oscuras y claras que delimitan el arriba y el abajo, o el movimiento evolutivo de esos universos.

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